LA OTRA CARA DE LA LUNA

 

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 LA OTRA CARA DE LA LUNA

 

CAPÍTULO 1

 

Como cada día a las siete y treinta de la mañana, Damián el mayordomo, entra en la estancia privada de don Diego, su amo. 

 

-Buenos días señor. 

-Buenos días Damián. 

- ¿Ha dormido bien, señor? - Pregunta Damián, a don Diego, mientras se fija en las ojeras hinchadas de su amo, que le dan a entender que no ha pasado muy buena noche. 

-La verdad es que no he dormido muy bien. He estado inquieto toda la noche, dando vueltas y más vueltas. No he podido dejar de pensar en la cita tan importante que tengo hoy.

-No es para menos. ¿Va a desayunar, señor? 

-No, solo tomaré un zumo de pomelo con miel. 

-Bien, señor. ¿Le preparo el coche? - Pregunta Damián antes de salir de la alcoba de don Diego. 

-Sí, gracias Damián. 

 

Mientras Diego, se queda arreglándose. Damián, baja a la cocina para pasar a Petra, la cocinera, la instrucción de don Diego.

 

-Petra, don Diego, hoy tomará zumo de pomelo con miel. 

-Gracias Damián. 

-Voy a sacar el coche del garaje para llevar a don Diego. - Comenta Damián a Petra, mientras sale de la cocina en dirección al garaje...

 

Don Diego, sale de la ducha. El baño, está tan lleno de vapor, que más que una ducha parece una sauna. Busca a tientas el albornoz y sale a vestirse. La verdad es que no está muy consciente de lo que está haciendo, lo hace mecánicamente, pues su mente está puesta en lo que hará en un par de horas.

 Aun así, de manera instintiva, elige un traje de color azul marino y una camisa a rayitas finas con los puños y el cuello blanco. Prefiere ponerse un pañuelo de seda azul en vez de una corbata.

Da un último vistazo a su aspecto mirándose en el espejo de píe, que hay junto al ventanal del dormitorio. Hace un gesto de aprobación mientras se da unos tironcitos a los puños de la camisa.

Casi sin darse cuenta, sus ojos se desvían hacia el gran ventanal que hay en su habitación y mira a través del cristal. Contempla con agrado el gran viñedo, hectáreas y hectáreas de buenas cepas. El aspecto de las vides augura que habrá una buena cosecha.

Baja por la escalera de caracol, atraviesa el amplio recibidor y se dirige a la cocina. Donde saluda cariñosamente a Petra, una señora con rostro bondadoso y un poco regordeta, que lleva al servicio de los Rocasolano, toda la vida. Ésta, cuidó y mimó a don Diego cuando era niño. Por eso le conoce bastante bien, tanto que se permite el lujo de llamarle la atención siempre que hace falta.

 

-Este no es desayuno para un joven como usted, debe alimentarse mejor. 

- ¿Qué haría yo sin usted, aya Petra? -Repuso don Diego, dándole un beso en la mejilla- No se incomode, hoy no tengo tiempo de más, pero estoy seguro que me lo hará pagar al mediodía en la comida.

 

Don Diego, se toma el zumo de pomelo recién exprimido y endulzado con una cucharadita de miel, mientras hojea el diario de la mañana. Se despide de Petra, y baja la escalinata. Sube en el coche donde ya le estaba esperando Damián.

 

- ¿Vamos, señor? 

-Sí, Damián... ¿Damián? 

- ¿Sí, señor?

- ¿Cuánto tiempo lleva a nuestro servicio? 

-Señor, recuerdo que cuando su abuelo, el difunto don Miguel, me contrató, fue el año que compró la yegua Luna.

-Eso hará unos cuarenta años. 

-Sí, más o menos.

-Vaya, ¿conoció bien a mi abuelo? 

-Sí, señor. Su abuelo confió mucho en mi desde el primer día, aunque yo era inexperto, pues éste era mi primer trabajo. Su abuelo era extraordinario, muy comunicativo y comprensivo. Recuerdo que le gustaban mucho los enigmas.

- ¿Los enigmas dices? 

-Le puedo decir que en los largos paseos que hacíamos muy de mañana entre los viñedos, me planteaba hipotéticas situaciones y me decía; “piensa en ello Damián, y ya hablaremos.” En muchas ocasiones me confesó que fue todo un acierto el haberme contratado, disculpe mi atrevimiento, señor. 

-No, no, está bien Damián. 

-Señor, si me permite, para mí también es un honor estar al servicio de su familia…¿Hay algo que le preocupa, señor?

-Bueno, hoy es un día muy importante. He estado esperando tanto tiempo que llegara este momento, que ahora que ha llegado, me siento algo inquieto. Pero no adelantemos los acontecimientos. Déjeme en el banco y recójame en dos horas. 

-Muy bien.

 

EN EL BANCO

  

La entrada del banco es espectacular, la fachada es de mármol verde turquesa, con una puerta giratoria muy grande. En el amplio hall, se encuentra una maqueta de todo el valle. Más que un banco, por cómo está decorado, parece un museo.  

Cuando don Diego atraviesa el hall, se encuentra con el interventor, el señor Cantizano. Después de un saludo cordial, se dirige al fondo, a una escalinata que conduce al despacho del director, el señor Nicolás. 

Mientras sube las escaleras no puede evitar pensar en las ganas que tenía de que llegara este día, pues iba a realizar el último pago de un préstamo hipotecario que le hizo el banco a su abuelo.

Una vez hecho, la hacienda sería otra vez de sus legítimos dueños, los Rocasolano.

Don Diego Rocasolano, se siente muy orgulloso de haber conseguido con mucho esfuerzo y sacrificio sacar la hacienda adelante. Ha aplicado todo lo que aprendió en la universidad de Inglaterra, donde cursó estudios sobre economía y marketing. Además de los cursos que realizo para su formación en la elaboración de vinos y licores.

Él había hecho que la gran pasión de su abuelo por las vides, se convirtiera en el gran negocio familiar con su propia marca con denominación de origen, “Marqués de Rocasolano”, que ya se exportaba a tres continentes. 

Don Diego se detiene delante de la puerta del director del banco. Carraspea un poco como para calmar su nerviosismo y vuelve a dar unos tironcitos a los puños de la camisa. Tras abotonarse la chaqueta, da unos golpes con los nudillos a la puerta. 

Se oye una voz desde dentro...

 

- ¡Adelante! Buenos días, don Diego, puntual a su cita como siempre.  

Dice el señor Nicolás levantándose del sillón y estrechando la mano a don Diego.  

-Siéntese, siéntese. ¿Cómo está? ¿Y su madre, está bien? 

-Muy bien, gracias. 

-Vaya, estupendo. ¿Le apetece tomar un café?

-Sí, gracias, con dos terrones de azúcar, por favor. 

 

MIENTRAS TANTO 

  

En la hacienda ya hace rato que se levantó la señora Lara, la madre del señorito Diego.

Como era su costumbre desde hacía unos cuarenta años, montaba a caballo todas las mañanas. Decía que era lo mejor de cada día.

Era una apasionada de los caballos, desde que su padre le regalara a Luna, una yegua de cinco años.  

Ella fue una niña apocada y enfermiza. Para colmo de sus males, a los doce años se rompió un tobillo. Paso meses de intensas operaciones.  Todo ello le causó gran angustia a ella y a su padre don Miguel.

Fue entonces cuando a Miguel, se le ocurrió decirle a su hija Lara, que tenía una sorpresa para cuando saliera del hospital. Esta expectativa hizo que Lara renovase sus ganas de recuperarse. Cuando salió del hospital y llegó a la hacienda, dio gritos de alegría al ver a Luna, una yegua de color negro azabache, con una larga cola y unos ojos que brillaban como dos perlas negras.

Ella todavía estaba en silla de ruedas, pero la sola idea de montar a Luna, hizo que se esforzara más en su rehabilitación. A pesar de las múltiples operaciones no se quedó bien del todo. Le quedó una pequeña cojera. Por eso cuando montaba a caballo se sentía tan feliz. 

 

EN EL BANCO 

 

La conversación entre Nicolás y Diego, desemboca ya en la cuestión de la cita, el pago del último vencimiento hipotecario. El director tenía ante sí la carpeta con los documentos.  

Al sacar los documentos y darles un último repaso para ver que todo estuviera conforme, repara en un anexo del documento en el que se hace referencia a que el último pago del préstamo hipotecario no se podrá realizar si no se presenta la escritura original de la hacienda. En el supuesto de no presentar la escritura original, la hacienda pasaría a ser propiedad del banco, además de un veinte por ciento de los beneficios de ésta, mientras que los descendientes consanguíneos de don Miguel Rocasolano tendrían el usufructo vitalicio y un ochenta por ciento de los beneficios de la hacienda.

 

- ¿Cómo dice don Nicolás?  

-Bueno, verá, estos documentos los hicieron mi antecesor, el ya jubilado señor Cayetano y su abuelo, don Miguel. No se han tocado desde entonces, yo ignoraba por completo la existencia de este anexo. 

-Eso es del todo inaceptable, no tenía idea de ese anexo. Ni siquiera creo tener la escritura original de la hacienda. Tiene que concederme un aplazamiento del último pago para que haga una investigación. Incluso hablar con el abogado familiar por si el recordara algo.

-Sí, sí, yo también necesito hacer mis investigaciones. Ahora mismo redacto una moratoria del pago, quince días ¿Le parece bien don Diego? 

-Sí, muchas gracias. ¿Podría hacerme una copia del anexo, don Nicolás?

-Claro, está en su derecho. Espere un momento, voy hacerle la copia. 

 

Inquieto, don Diego se asoma por la ventana. Ve abajo en la calle aparcado su coche. Damián ya le está esperando.

 

-Aquí tiene, don Diego.

-Gracias. Si tiene alguna información al respecto en los próximos días, le agradecería que me lo comunicara lo antes posible.

 

Cortésmente don Diego se despide de don Nicolás, y sale del banco a toda prisa. Ya en el coche, Damián lo mira por el espejo retrovisor y nota que algo no va bien. Su amo debería tener un rostro radiante, sin embargo, refleja todo lo contrario. Duda en preguntar qué es lo que le preocupa.

 

- ¿Vamos a casa señor? - Pregunta Damián tratando de romper la tensión que se respira.

-Sí, Damián, lleguemos cuanto antes.

 

CAPÍTULO 2

  

Nada más entrar en la casa, Diego se dirige al salón, tras quitarse la chaqueta, comienza a dar vueltas de acá para allá. Lee una y otra vez el anexo pasando su mano por la cabeza. Interrumpe sus pensamientos la entrada de su madre, seguida de Damián.

 

- ¡Hola hijo! ¡Cariño, que alegría! ¡Hoy por fin llego el día! ¡Ven que te de un abrazo! 

-Hola madre, ¡qué guapa y radiante estás hoy!

 

Madre e hijo se funden en un abrazo cariñoso. Lara, toda emocionada, pide a Damián.

 

-Damián, por favor, baje a la bodega y elija una botella de vino. Como decía mi padre cada vez que había un acontecimiento especial que festejar, “elija la botella que más polvo tenga”.

-Sí, señora Lara. 

-Diego, sentémonos en el sofá y cuéntame, ¿Cómo te ha ido en el banco?

 

Don Diego, al ver lo feliz que esta su madre, no quiere contrariarla, pues todavía no sabe cómo va a terminar el asunto de la hacienda. Por eso se ha resuelto a no darle todos los detalles en ese momento.

 

-Bueno madre, tú ya sabes cómo son éstas cosas. El papeleo que conlleva. Nunca lo puedes dejar terminado el mismo día. Han quedado algunos flecos sueltos que se solucionarán en los próximos días.

- ¡Qué maravilla hijo! Estoy muy orgullosa de ti. Tú también debes estar satisfecho, porque has desempeñado con mucha eficacia tú papel. Esta hacienda ha salido adelante gracias a tu esfuerzo y dedicación. Sobre todo, al gran amor por la hacienda y los viñedos que te inculcó el abuelo.

-Sí madre, ésta hacienda es mi gran pasión, es como si formase parte de mis entrañas, por eso me dolería tanto perderla.

   

En ese momento entra al salón Damián con una botella de vino en las manos.

 

- ¡Mire señora Lara! Mire qué reliquia he encontrado. 

- ¡Caramba Damián!, ¿dónde estaba este vejestorio? 

-Estaba en la sala de los durmientes, al lado de las barricas de brandy.

-Estupendo Damián, sírvanos unas copas de ese vino por favor.

 

Damián se dispone a abrir la botella. Cuando para sorpresa suya, al quitar el corcho, la botella ¡está totalmente vacía!

 

- ¡Don Diego! ¡Señora, Lara!

 

La voz quebrada de Damián hace que ambos se levanten del sofá y se dirijan dónde está Damián. Todos se miran perplejos por lo sucedido.

 

-Damián, por favor, recoja todo y llévelo al laboratorio. He de averiguar cómo es posible que se haya evaporado todo el vino de la botella a pesar de estar bien encapsulada.  

-Haré como dice, señor. Después bajaré de nuevo a la bodega y traeré otra botella de vino.

-No, Damián, dejemos la celebración para otro momento.

-Bien, señor.

 

Damián sale del salón en dirección al laboratorio llevando consigo todo lo relacionado con la botella.

 

-Hijo, qué cosa tan rara ¿no? En todos los años que llevo en la hacienda, nunca había pasado nada semejante. - Comenta Lara con su hijo mientras se sientan de nuevo en el sofá.

 

Diego, asiente con el gesto y se sienta al lado de su madre. Mientras piensa en las cosas tan extrañas que han pasado en las últimas horas, su mirada perdida se dirige hacia la pared, justo encima de la chimenea donde se encuentra colgado un gran retrato de su abuelo junto a su madre que está montando la yegua Luna. De repente, vuelve a la realidad.

 

- ¡Madre! Cuéntame algo del abuelo.

-He de decirte que le echo mucho de menos. Mi padre fue una figura muy importante en mi vida. Como hija única, fui la niña de sus ojos, pero no por eso me malcrió. El abuelo, cuando me tenía que llamar la atención lo hacía, aunque sé que eso le dolía a él más que a mí. Pero era para mi bien. Él me decía a menudo que llegaría un día en el que sería yo la que tendría que tomar las decisiones, por eso necesitaba ser fuerte, pues no sería fácil para una mujer sacar adelante una empresa como la que tendría que heredar. El tiempo ha dado la razón a sus palabras. –Suspira- Por eso le echo tanto de menos. Él tenía una personalidad muy fuerte, siempre tenía la solución para todo, y yo, era frágil y apocada. Mira, cuando hicimos ese retrato que cuelga de la chimenea, ésa sí fue una época dorada.

-Madre, siempre que miro ese retrato me pregunto ¿por qué lo hicisteis de espaldas y reflejándoos en un espejo? ¿No hubiera sido mejor hacerlo de frente? 

-No recuerdo los detalles, ya hace muchos años de eso. Pero tu abuelo siempre hacía las cosas con alguna intención. Ahora que recuerdo, el día de su muerte, su última voluntad fue que ese espejo de píe, en el que estamos reflejados, que no nos deshiciéramos nunca de él y que lo pusiéramos en tu dormitorio. Me hizo prometerle que no lo quitáramos nunca de allí.

-Me parece absurdo. Aunque... bueno, quizás tenga un valor que desconocemos. Sería bueno llamar a un anticuario para que lo tase, ¿no crees?

 

La sirvienta, entra en el comedor y anuncia que la comida ya está servida en la terraza. Durante la comida, Diego le pide a su madre que prepare una cena especial e invite al abogado de la familia, el señor Montañés y su esposa.

 

CAPÍTULO 3

 

Los días pasan, y Diego revuelve una y mil veces todos los papeles del despacho por si encontrase la escritura original de la hacienda.


-Diego ¿qué te pasa que estás revolviéndolo todo? -Pregunta Lara al entrar inesperadamente-
 

-Nada madre, estoy buscando un documento, y no sé por dónde empezar.

-Bueno hijo, venía a decirte que los Montañés vendrán esta noche a cenar. Ricardo me ha dicho que también vendrá su sobrina Mari Carmen, ¿la recuerdas?

- ¿La hija de su hermana? 

-Eso es, veo que la recuerdas muy bien. 

-Debe hacer como unos quince años que no la veo.

-Pues espero que dejes de buscar lo que estás buscando y te arregles. La cena será a las siete.

-Gracias madre.

 

EN LA CENA

   

El tiempo transcurre en una velada muy animada, en la que Lara, enreda a su hijo Diego, para que quede con Mari Carmen, y le enseñe la hacienda otro día. Cuando ya se están despidiendo los Montañés, Diego aborda a solas a Ricardo.

 

-Ricardo, tengo que hablar contigo sobre unos papeles de la hacienda. Quería haberte comentado algo esta noche, pero me ha sido totalmente imposible. ¿Cuándo me podrías recibir? 

-Mañana. Le diré a mi secretaria que te haga un hueco en mi agenda a las once. ¿Te parece bien?

-Perfecto. Gracias. Hasta mañana.

 

 

CAPÍTULO 4

 

EN EL BUFETE 

 

-Pasa, Diego. Cuéntame, qué sucede. 

-Verás Ricardo, estuve el lunes en el banco para realizar el último pago del préstamo hipotecario que tenemos con ellos. El director sacó la carpeta de los documentos para ver sí todo estaba conforme y… apareció este anexo. 

-A ver... -leía para sí asintiendo con la cabeza- ¿Tú no sabías nada de este anexo? 

-Claro que no. He estado revolviendo todos los papeles en la hacienda y no he encontrado nada que me pueda dar alguna pista de por qué haría mí abuelo un anexo como ese sin guardarse una copia.

- ¿Has comprobado las firmas? 

-Bueno, ésta, si no es falsa, es la de mi abuelo, y ésta otra es la de Cayetano, el exdirector del banco, ahora ya jubilado. Y la fecha del anexo es del mismo día que se pidió el préstamo.

- ¿Te parece que me haga una copia y la mande a examinar? 

-Claro. Cuantos más datos tenga mejor.

-Bien, se la daré a la secretaria para que haga la copia... Veamos, no sé qué decirte en éste momento. Éstos documentos son tan antiguos que no los tengo en la base de datos del ordenador, así que tendré que mirarlos uno a uno personalmente. Lo más seguro es que estén en el sótano del despacho, en las cajas de documentación que preparó mi padre. Quizás necesitaría un par de días para buscarlos. 

-Me parece bien. Me pasaré pasado mañana, justo cuando había quedado para recoger a Mari Carmen, y enseñarle la hacienda. Pasaré antes por aquí y me comentas algo. 

-Ándate con cuidado. Vi a tu madre muy entusiasmada con Mari Carmen. 

-Sí, a mí también me lo pareció. Pero entre tú y yo, aunque he de reconocer que Mari Carmen está bellísima, éste no es el mejor momento para entrar en una relación. Aunque lo que sí noté, es que la razón que nos dio Mari Carmen para haber venido aquí con vosotros, me sonó a excusa.

-Sí, la verdad es que mi hermana Carolina, se ha separado de su marido, y Mari Carmen lo está pasando muy mal. Hemos pensado que un cambio de aires le sentaría bien. Para mi mujer y para mí, su visita nos la estamos tomando con mucha ilusión. Quizás sea porque no hemos tenido hijos, pero mi mujer está como loca de felicidad con ella. No hacen nada más que ir de tienda en tienda comprándole cosas sin parar. La tarjeta de crédito la tengo que echa humo.

-Vaya, siento mucho lo de tu hermana. Entonces Ricardo, hasta dentro de dos días.

-Sí, que tengas un buen día. 

 

EN LA HACIENDA 

 

Tras salir del bufete, se dirige al coche, que conduce él mismo hasta la hacienda. Lo deja en el garaje y entra en casa por la cocina, donde Petra está con sus quehaceres domésticos.

 

-Hola Petra. 

-Hola don Diego. He pensado que como anda un poco ajetreado estos días, le sentaría bien comer su plato favorito. A ver si así se relaja un poco.

-Aya Petra, ¡cómo me malcría!

 

Y dándole un beso en la mejilla, se dirige a su dormitorio para cambiarse. Se pone el bañador para darse un baño en la piscina antes de comer.

 

CAPÍTULO 5

 

EN EL BUFETE

 

-Buenos días, Ricardo.

-Hola Diego, pasa por favor, sentémonos.

- ¿Has obtenido alguna información?

-Sí, he encontrado los documentos de la transacción que guardaba en las cajas del sótano. Pero ni rastro del anexo. En cuanto a las firmas del anexo, las hemos comprobado y son válidas. Lo único que me ha hecho ver el grafólogo es que la firma de tu abuelo en el anexo está hecha con una pluma estilográfica, mientras que todas las firmas que están hechas en el resto de los documentos, se hicieron con bolígrafo.   

- ¿A dónde quieres llegar?

-Bueno, cabrían varias posibilidades. Te diré dos de ellas que suelen darse con mucha frecuencia. Una, que el bolígrafo se acabara justo antes de la última firma y como consecuencia usarán la pluma al firmar el anexo. La otra posibilidad es, que tu abuelo firmara una hoja en blanco y el director del banco don Cayetano, le hiciera una faena. 

- ¿Crees tú eso? 

-Mira Diego, como abogado te diré, que todos los días veo las cosas poco lícitas que hace la gente para quedarse con propiedades que no son suyas.

-En ese supuesto ¿qué me recomiendas que haga? El tiempo se me agota.

-Diego, yo creo que deberías hablar con los empleados más antiguos de la hacienda y con tu madre, por si te pudieran poner tras la pista correcta. 

-Eso haré. Gracias por todo, Ricardo.

  

SUENA EL TELEFONO

  

-Diego, le he dicho a mi sobrina que se pasara por el despacho ya que tú tendrías que venir por aquí, de ese modo podríamos tener más tiempo para hablar. Me comunica la secretaria que ya ha llegado. 

-Estupendo, no la hagamos esperar. Adiós, Ricardo. Gracias de nuevo, estaremos en contacto. 

-Adiós, Diego.  

 

EN LA HACIENDA  

 

Diego y Mari Carmen suben al coche para dirigirse a la hacienda. Al llegar, se encuentran con Lara, que va rumbo a los establos tras un largo paseo a caballo.

Mientras esperan que se haga la hora de comer, Diego y Mari Carmen, pasan un buen rato conversado sentados en la amplia terraza de la casa que da al jardín. Las vistas desde allí a los viñedos, son impresionantes. El jardín, bien cuidado, está repleto de flores de todos los colores, sus aromas impregnan la agradable brisa. Diego aprovecha para preguntar a Mari Carmen si le apetece un baño en la piscina hasta la hora de comer.

 

POR LA TARDE 

  

Tras la comida, Diego y Mari Carmen, dan un paseo a caballo por la hacienda, la bodega y el laboratorio. Diego aprovecha la ocasión para explicar a Mari Carmen, cosas relacionas con la elaboración de vinos. También le explica cómo apreciar sus diferentes matices y aromas.

 

-Se te ve que vives para esto. 

-Sí, soy un apasionado de ésta hacienda. ¿Tanto se me nota?

-Sí, pero eso no es malo. Todo lo contrario. Se te ve feliz. 

-Sí, soy uno de esos pocos afortunados que trabaja en algo que le gusta. La verdad es que sería una lástima que toda esta gran empresa se tuviera que perder. –Dijo esto en tono melancólico como si en ese momento hubiera vuelto a la realidad. Tras fruncir el ceño, suspiró-

- ¿Qué quieres decir Diego? 

-No, nada, no estropeemos éste día tan agradable con comentarios negativos. 

- ¡Caramba! Parece que alguien no te quiere bien. -Dijo esto al mirar la botella llena de polvo que había dentro de una caja. 

- ¡Ah eso! no, no es lo que parece. Lo trajo aquí Damián. Es una botella que tengo que analizar cuando tenga un rato. ¿Tienes hambre ya? 

-Sí, tanta excursión me ha abierto el apetito. 

-Pues no se hable más, vamos a cenar y luego te llevare a casa de tú tío. 

-Sí, muchas gracias. He pasado un día genial.

-Yo también.

 

Cuando Mari Carmen llega a casa de sus tíos, les cuenta lo bien que lo ha pasado ese día, y se retira a su dormitorio. 

 

EN LA HACIENDA

 

Diego llega a la hacienda y sube a su habitación a descansar tras ese largo día. No deja de darle vueltas en su cabeza al asunto de la escritura, que el plazo de tiempo se le está agotando y sigue como al principio. No puede dormir, de modo que baja al salón, a ver si haciendo algo se le despeja la cabeza. 

Sentado en el sofá del salón, vuelve a mirar fijamente el retrato de su abuelo, fijándose en cada detalle, como si el abuelo quisiera decirle algo. Se pone en píe y se dirige a la cocina a tomarse un vaso de agua. Cuando se lo está bebiendo recuerda el episodio de la botella que salió vacía y que tiene en el laboratorio para examinar. Piensa que ese es un buen momento para hacerlo. Tal vez así logre olvidarse por un buen rato de su gran preocupación.

 

EN EL LABORATORIO

 

Tras encender la luz del laboratorio, comienza a inspeccionar la botella. Introduce una espátula en la botella para sacar algún residuo que le dé una línea de investigación. Cuando la analiza en el microscopio se da cuenta que no hay ningún residuo. - ¿Cómo es posible que la encapsulasen y etiquetasen vacía? Se dice a sí mismo- 

Examina a través de una luz el cristal de la botella. Al observar que alrededor del cristal, por dentro, hay algo, como un papel, rompe de inmediato la botella con muchísimo cuidado. Para su sorpresa, encuentra una nota escrita por puño y letra de su abuelo.

   

- ¿Quién anda ahí? 

- ¿Damián? ¿eres tú? 

- ¡Por Dios, don Diego! Qué susto me ha dado señor. Me desperté al oír un ruido en el laboratorio. Pensé que habían entrado unos ladrones cuando vi la luz encendida. De manera que bajé de inmediato. ¿Está bien señor? 

-Sí, Damián, lamento haberle despertado. No podía dormir y vine al laboratorio a ver si analizando la botella que salió vacía me despejaba la cabeza. 

- ¿Ha descubierto algo, señor?

-Sí, la envasaron vacía. 

- ¿Está seguro, señor? 

-Completamente. Además, había una nota en su interior. El que la puso allí sabía que la encontraríamos en el momento justo. 

-Pero señor, por el aspecto de la botella debe llevar décadas guardada. ¿Cómo podría saber el que la puso que se abriría en el momento justo? 

-Por lo que dice la nota, he estado atando cabos. He recordado lo que me dijo sobre que a mi abuelo le gustaban los enigmas. También oí a mi madre decir que el abuelo siempre hacia las cosas con alguna intención. Mi abuelo sabía que en las grandes ocasiones siempre sacamos para beber la botella más antigua de la bodega. Él sabía que haríamos eso cuando efectuáramos el último pago del préstamo de la hacienda, y que ese sería el momento preciso en el que nos haría falta la información de esta nota. 

- ¿Puedo saber qué dice, señor? 

-Explica que don Cayetano, el entonces director del banco que formalizó el préstamo con mi abuelo, quería casarse con mi madre. A mi abuelo no le gustaba la idea, por lo que tuvieron una discusión acalorada. Al parecer, tras marcharse don Cayetano, mi abuelo notó que le había desaparecido de la mesa de su escritorio, una hoja de papel que había firmado al probar una pluma estilográfica que le había regalado mí abuela ese día. También dice que don Cayetano tiró la escritura original a la chimenea antes de irse, alegando que ese documento ya no servía para nada, pues la válida era la actualizada.

-Y... ¿se quemó esa escritura? 

-No, mi abuelo Miguel, la cogió de las cenizas, aunque un poco chamuscada por las orillas y la guardó. 

- ¿Le dice dónde?  

-Sí, tras la otra cara de la luna.

- ¿Dice algo más?

-No. Me temo que estamos peor que antes.

-Su abuelo era muy imaginativo al plantear enigmas. Con este creo que se aseguró de que solamente ustedes lo resolvieran.

-Sí, pero mi plazo se acaba pasado mañana, y estamos en luna nueva ¿Cómo voy a ver la otra cara de la luna? 

-Señor, creo que debería tomarse una taza de chocolate y dormir un poco.

-Sí, tienes razón, tomemos esa taza y durmamos un poco.

 

CAPÍTULO 6

 

MIENTRAS DESAYUNAN

  

-Buenos días hijo. Qué extraño en ti que te levantes a estas horas. Vaya aspecto que tienes, parece que te haya pasado una locomotora por encima. 

- Muchas gracias madre, tú también estás guapa, -Le dice sonriente- Si supieras la nochecita que he pasado, no te extrañaría para nada mi aspecto. Petra, por favor, ¿me haces un café bien cargadito? 

-Claro que sí, don Diego.

-Petra, no lo mime tanto que ya no es un niño. 

-Ay, señora Lara, para mí será siempre aquel muchachito inquieto que siempre andaba a mi alrededor. 

-Madre, no te metas con Petra, que a mí me gusta así. 

- ¿Se da cuenta Petra? Lo está malcriando. 

- ¿Madre? 

- ¿Si, hijo? 

- ¿Te acuerdas de don Cayetano, el exdirector del Banco?

- ¡Claro que me acuerdo! ¿Te he contado alguna vez que me pretendió antes que tu padre? 

-No, no lo recuerdo. Pero dime, ¿cómo fue? 

-Él era un poco entrado en años para mi gusto. Cuándo lo nombraron director del banco, se hizo orgulloso y áspero en el trato, con aires de superioridad. Recuerdo que en una ocasión tuvieron él, y mi padre, una discusión muy acalorada. La verdad es que no sé qué se dirían, pero desde ese momento dejó de importunarme. 

-Madre… 

- ¿Qué? 

- ¿Escuchaste al abuelo alguna vez que hablara de la luna, o que le inquietara la otra cara de la luna?

-De la única luna que le oíamos hablar era de la yegua. De la otra luna, pues alguna exclamación diría, pero no recuerdo nada relevante. Pero dime Diego, ¿pasa algo? Me estás preocupando hijo.

-Nada, madre. Ya sabes, cosas mías.

-Eres tan enigmático como tu abuelo. Bueno hijo, me voy a dar mi paseo a caballo.

-Que lo disfrutes, nos vemos luego. 

-Creo que debería hablar con su madre de lo que está pasando. Si pasara lo peor, ella debería estar preparada ¿no cree don Diego? 

-Qué bien me conoce Petra, pero no quiero preocuparla antes de tiempo. Su estado de ánimo podría decaer, y eso es justo lo que quiero evitar.

-Está bien, se nota que la quiere mucho.

-Sí Petra, pero a usted también, aya Petra. 

-Mire que es zalamero.

 

TRANSCURRE EL DÍA 

 

Cada uno sigue con sus labores durante ese día, pues las actividades de la hacienda no descansan.  

Al llegar la noche, Lara y don Diego, se encuentran en el salón descansando después de un largo día de arduo trabajo en la hacienda. Madre e hijo se relajan conversando y gastándose bromas.

 

-Aquí les traigo un té helado. –Interrumpe Damián- 

-Gracias Damián. Tómese un vasito usted también con nosotros. 

-Pero señora... no creo que deba. 

-Nada, nada, Damián, hágale caso a mi madre. 

-Gracias, muchas gracias. 

-Pero hombre, siéntese, que parece ahí plantado que se esté tomando un veneno. 

-Gracias, señor. 

- ¿Qué te parece Damián? Iba a comentarle a mi madre lo sucedido estos días. Por fin mañana ya quedará zanjado el préstamo con el banco. 

-Sí, hijo mío, así podré respirar tranquila. Por fin se acabará este calvario. Papá -Dijo Lara mirando el retrato que colgaba encima de la chimenea-.

 

Todos dirigen la mirada al retrato, cuando Damián exclama.

 

- ¡Señor!

- ¿Qué pasa Damián?

-Se me acaba de ocurrir... pero no, creo que no...

- ¡Hable por Dios, hable!

-Hasta este momento no me había fijado en lo raro del retrato. 

- ¿Usted también con el retrato, Damián? ¿Qué tiene de raro? 

-Que en vez de estar todos de frente, están reflejados en un espejo. 

- ¡Ah, sí! Diego, ahora recuerdo porque quería mi padre que lo hiciéramos así. El abuelo no dejaba de decírmelo en cada una de las largas sesiones de posado. 

- ¿Qué te decía madre? 

-Decía que así era como ver la otra cara de la Luna. 

- ¡Eso es!

 

Don Diego, mira a Damián, con ojos radiantes, como si hubiera resuelto el enigma.

 

-Vamos Damián, ayúdeme a bajar el cuadro. La solución debe estar detrás del cuadro.

 

Cuando bajaron el cuadro, se miraron de nuevo, pero ésta, fue una mirada de decepción. Don Diego, pasa una y otra vez la mano por la pared para ver si nota alguna ranura. Además, da unos golpecitos en la pared por si sonase a hueco, pero nada de nada. Tras colocar de nuevo el pesado retrato en su lugar, vuelve a sentarse en el sofá dando un suspiro de decepción. Don Diego, desesperado, mira a Damián.

Va llegando el momento de contarle toda la verdad a su madre. Cuándo de nuevo clava su mirada en el retrato, se fija en la otra cara de Luna.

 

- ¡Eso es! ¡Eso tiene que ser! ¡Era ella la protagonista del retrato! ¡Su cara está en el centro del espejo!

 

Exclama don Diego, mientras sale corriendo en dirección a su dormitorio. Todos corren para alcanzarlo. Pero es imposible, sube los escalones de dos en dos. Antes de llegar donde él, se oye un golpe y un ruido de cristales rotos. Lara se teme lo peor. Cuando logran llegar al dormitorio, encuentran a Diego, sentado en la cama, riendo.

 

-Damián, mi hijo tiene un ataque de histeria. Por favor, hágale una infusión de tila. Diego, hijo, ¿qué tienes? Ya sabía yo que estos días estabas muy raro. ¡Por Dios, Diego!, háblame, dime algo hijo. 

- ¡Madre, aquí está! ¡Aquí está lo que he estado buscando todos estos días! Vaya padre que tenías. Cuánto me hubiera gustado pasar más tiempo con él.

- ¿Alguien me va a explicar qué está pasando? ¡Mira lo que has hecho con el espejo! ¿Por qué lo has roto? Era un recuerdo de tu abuelo.

 

Diego no deja de besar a su madre. A Damián, se le saltan las lágrimas de la emoción, al ver a su amo tan feliz.

 

-Siéntate, madre.

-Vale, me siento. Pero tú, me lo cuentas todo. De aquí, no me mueve nadie hasta que lo sepa todo. 

-Verás, madre, cuando fui al banco...

 

Diego relata a su madre, cómo se habían desarrollado los acontecimientos en estos últimos días.

 

- ¿Te das cuenta, madre? Este documento que tengo en la mano, es el último eslabón para que mañana la hacienda vuelva a ser nuestra definitivamente. Madre ¿te das cuenta por qué estoy tan contento? ¡Es la escritura original! La que tu padre rescató de las cenizas. Él se imaginó que don Cayetano, se iba a cobrar la bronca que tuvieron de alguna manera. La escondió en el interior del espejo, y se aseguró de que éste estuviera con nosotros hasta el final, pues, como todo el mundo sabe, nadie le niega la última voluntad a un moribundo. Madre, creo que por hoy ya hemos tenido suficientes emociones, vamos a acostarnos, que todos necesitamos descansar. 

-Venga, señora, que le ayudo.  

-Gracias, Damián. Un beso, hijo. Cuida de no cortarte con los cristales. 

-No se preocupe, señora. Después de acompañarla a su habitación, vendré a recoger los cristales. 

- ¿Sabes, Damián? 

-No, señor. 

-Estoy de acuerdo con mi abuelo. Contratarte fue una buena decisión. 

-Gracias, señor. No sabe cuánto le agradezco sus palabras.

 

CAPÍTULO 7

 

 

Todos en la hacienda han madrugado mucho. Se ha corrido la voz entre el servicio de todo lo pasado la noche anterior. 

Ya en el coche, don Diego, le dice a Damián.

 

-Por favor Damián, antes de ir al banco, tenemos que recoger a don Ricardo, en su bufete.  

-Sí, don Diego. 

 

EN EL BANCO

  

Ricardo y Diego, van juntos al banco, donde ya le está esperando don Nicolás, el director. 

 

-Adelante, pasen. 

-Buenos días. 

-Buenos días. Don Ricardo, don Diego, siéntense por favor. Verán, tengo buenas y malas noticias. ¿Cuáles quieren oír antes? 

-Empiece por las malas. 

-Don Diego, como quedamos, he investigado el asunto, y sí, el anexo es correcto. Me explico, las firmas son auténticas, y está conformado por el banco, de modo que es un documento totalmente legal y válido. Estará de acuerdo conmigo ¿verdad, don Ricardo?

 

Don Ricardo, asiente con la cabeza y pregunta.

 

- ¿Y la buena noticia? 

-La buena noticia es...-Tras una pausa, continua don Nicolás-…Ésta se la digo como amigo personal de usted don Diego, no como director del banco. Fui al hospital, a ver a don Cayetano, que está convaleciente. Le pregunté sobre el anexo de la escritura. Me confesó que él había tomado sin que nadie lo supiera, un papel en blanco firmado por su abuelo. Me dijo, que lo tomó por rabia, ya que su abuelo no le dio el consentimiento para casarse con Lara, la mujer a la que amaba. De modo que planeó una manera de vengarse.

Además, me confesó que está totalmente arrepentido por aquel comportamiento. Como comprenderá, esta información que le acabo de dar va en contra de los intereses del banco para el que trabajo, pero sé que usted es un hombre de honor, y merecía saberlo. Mi intención es que este asunto termine en lo mejor para ambas partes. Pero si su intención es pleitear contra el banco, está en su derecho de hacerlo. Usted me dirá qué hacemos.

 

Se hizo un silencio que casi se podía palpar. Tras una calma tensa para todos, Diego se levanta de la silla, y se dirige hacia la ventana, como tratando de sopesar bien todas las opciones.

 

-Don Nicolás, hoy me ha demostrado que es un buen hombre, y he de confesarle, que sí, he venido con mi abogado porque quería querellarme con el banco, por mala praxis y estafa documental, e intento de robo, como poco. Sin embargo, su valentía al confesarlo todo, ha salvado a su banco de un incómodo proceso judicial. Verá, yo ya sabía todo lo que me ha contado. Es más, don Cayetano le ha omitido un dato muy importante. Que fue él quien tiro la escritura original a la chimenea, para así dejarnos sin la posibilidad de poder recuperar la hacienda. Lo que usted, y don Cayetano, no saben es que mi abuelo Miguel, sí pudo rescatar la escritura original casi intacta, y la guardó en un buen sitio, protegida del paso del tiempo, hasta ayer. 

- ¡Qué me dice! ¿La tiene? 

-Sí, don Nicolás, la tengo. Tras una larga búsqueda a contrarreloj, la encontré. Aquí está, compruébelo por usted mismo. Con este documento en la mano, no hay ningún problema para realizar el último pago de la hipoteca. 

- ¡Eso es excelente! No me cabe la menor duda de que es la escritura original de la hacienda, pero al no existir más copias, la única manera de saber si es auténtica, es que el exdirector del banco, don Cayetano, verifique su autenticidad. Don Ricardo, ¿tiene algo que decir? 

-Que tiene razón. Hemos de llevar a un notario, e ir a ver a don Cayetano, al hospital, para verifique la autenticidad del documento. 

- ¿Te encargas tú, Ricardo, de hacer el trámite? Yo no quisiera tener que ver a ese tipo. 

-Déjalo en mis manos, Diego. ¿Quedamos aquí en dos horas? 

-Vale Ricardo, yo daré un paseo por el parque de las palomas, aquí enfrente, mientras os espero.

 

Don Nicolás, llama al notario del banco para que les acompañe a ver a don Cayetano, y los tres se dirigen al hospital para verificar el documento.

 

 

EN EL PARQUE

 

 

Mientras don Diego pasea por la sombra de los frondosos árboles centenarios del parque. Se encuentra casualmente con Elvira y Mari Carmen, que van cargadas con numerosas bolsas y paquetes.

 

- ¡Pero bueno, qué alegría veros! ¿Cómo es que vais tan cargadas? ¿Tenéis el coche cerca? 

- ¡Que va, Diego! Solo íbamos a dar un paseo, por eso no hemos traído el coche. ¡Pero mira todo lo que hemos comprado! Bueno, Diego, tú, ya sabes cómo es esto. 

-No, Elvira, no sé cómo es esto. -comenta Diego con cara de asombro- Pero me temo que me lo vas a contar. Dejad por favor que os ayude, le diré a Damián que os acerque a casa con el coche. Mirad, está aparcado en la otra acera.

 

El tiempo transcurre rápido entre risas y anécdotas. En un momento dado, don Ricardo, que ha vuelto del hospital, se une al grupo.

 

-Cariño, Mari Carmen, ¿Qué hacéis por aquí? 

-Tío, hemos salido a pasear, pero nos hemos entretenido comprando algunas cosas. 

-Diego, no me explico cómo las mujeres necesitan tantas cosas. 

- ¿Os gustaría comer en la hacienda? Hoy es un día muy especial para los Rocasolano y, ¿qué mejor que compartir esa alegría con los que queremos? 

-Claro que sí, muchas gracias, Diego. 

-Damián, por favor lleve a la señora Elvira y a su sobrina a su casa, ayúdelas a bajar los paquetes y luego llévelas a la hacienda. Hoy comeremos todos juntos. Por favor avise a mi madre y a Petra, para que hagan los preparativos. 

-Así lo hare señor. ¿Tengo que venir a recogerle? 

-No, iré con don Ricardo en su coche.

   

DE CAMINO AL BANCO

  

Don Diego y don Ricardo, comentan lo sucedido en el hospital, mientras se dirigen al despacho de don Nicolás.

 

-Bueno don Diego, supongo que ya don Ricardo, le habrá puesto al corriente de que don Cayetano ha confirmado que la escritura que usted me ha traído es la original. 

-Sí, don Nicolás, ya que todo se ha aclarado, creo que lo mejor es zanjar este asunto definitivamente. Aquí está el cheque con el último pago del préstamo hipotecario. 

-Correcto. Bueno, una firmita aquí, y aquí, y todo solucionado. Ya es suya definitivamente. Realmente me alegro que todo se haya aclarado. Ha sido un placer trabajar con usted, don Diego. Aquí estoy para lo que necesite. 

-Lo mismo digo don Nicolás. Bueno, adiós.

 

 

EPÍLOGO

 

 

De camino a la hacienda, los dos respiran tranquilos y satisfechos, pues a pesar de todo, las cosas han terminado bien. Tras saludar con un abrazo a su madre, Diego con rostro radiante, le dice…

 

-Madre, ¡Mira lo que te traigo! 

- ¿Qué es hijo?  ¡La escritura de propiedad a nombre de los Rocasolano! Totalmente pagada. ¡Por fin! Esto se merece que abramos una botella especial. Damián, por favor, traiga de la bodega la botella más vieja que vea. Pero esta vez, asegúrese que esté llena.

 

Todos ríen a la vez.

 

FIN -

 

La Rosa Rosa

 

 

 

 





1 comentario:

  1. Anónimo15:53

    Me ha encantado la novela, una trama original. Corta pero ... Lo bueno si breve, doblemente bueno.

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